No puedo más con vosotros, señores.
Llevo 37 años conviviendo con vosotros, con vuestras
agresiones, insultos, acosos, amenazas, usurpaciones, venganzas, exigencias,
manipulaciones, confabulaciones, gritos y desprecios y hay quien aún me
pregunta si soy misándrica, si odio a los hombres.
¡Sorpresa! Yo no os odio. Es solo
que no me gustáis NADA. De hecho sería inmensamente feliz si os fuerais todos y
en este mundo solo hubiera mujeres. Inmensamente feliz.
Yo no os odio. Es solo que no os necesito. Me mostráis una imagen
de la humanidad odiosa. Pero no os
perseguiría jamás, ni os haría ningún mal. Solo os quiero fuera, lejos.
Yo no os odio. Es solo que os temo.
Me habéis hecho acostumbrarme a vivir con miedo: con miedo a moverme, a hablar,
a vivir.
Os temo a todos.
También a los que me admiráis. Un
hombre que te coloca en un pedestal es como una bomba de relojería.
Os temo a todos.
También a los que me queréis. No
hay nada más esclavo para una mujer que el amor de un hombre.
Os temo a todos.
Todos y cada uno me parecéis
peligrosos, los gays y los heteros, los cis y los que no lo sois.
Más allá de vuestra sensibilidad de
género, yo me siento vista desde vuestros ojos siempre igual o muy parecida. En
el espejo en el que me miro con vosotros estoy siempre deshumanizada, estoy
siempre a vuestro servicio.
En vuestro espejo soy vuestra
diosa, vuestra salvadora, vuestra obsesión, vuestra esclava, vuestro juguete.
Algo que nunca llega a ser persona del todo. Algo que siempre es la parte y
nunca es el todo.
En vuestro espejo soy una
idealización o un juguete, marioneta de vuestros planes e intereses.
Mujeres marionetas ¡y a veces incluso
hasta habláis a través de nosotras como ventrílocuos!
Y os oigo a través de nuestras
bocas.
Pero ¡sorpresa en cada akelarre!,
nos basta empezar a hablar entre marionetas, alejadas de nuestros ventrílocuos,
para que seamos de nuevo dos personas hablando, dos personas completas.
Y sin embargo, cuando hablo con
vosotros, soy menos que un pajarito piándole a Dios, mientras Dios se atusa su
barba en una nube de ego divino. (Es el Dios del antiguo testamento, tan
vengativo, tan hecho a vuestra imagen y semejanza.)
Y os quiero perdonar a uno o a
dos por esa manera de verme, de insultarme sin hablar cuando os hablo. Os
quiero perdonar a unos cuantos por cómo os relacionáis conmigo, por cómo os relacionáis
con todas, porque necesito encajaros en mi idea de humanidad, de la bondad y de
la justicia.
Y os perdono y os integro, pero
cuando menos me lo espero, zasca, volvéis a tratarme como el juguete, como
tratáis a vuestra madre, como tratáis a vuestra abuela. Y me veo en ellas,
madre y abuela, y siento el dolor inmenso que provoca la ingratitud vital que
es ser hombre.
Quizás eso, es lo que nos define
a las mujeres. Quizás solo eso nos de una identidad de género, vuestra
ingratitud vital, ese espejo que se me clava como un cuchillo y me devuelve una
idea de la humanidad que no encaja en mi idea de la humanidad, ni de la bondad ni de la justicia.
Y no creo que esa ingratitud
vital surja de vuestra identidad, sino de cómo veis la identidad de las
mujeres, de cómo nos suponéis a nosotras, de cómo nos miráis, de cómo nos entendéis.
Siempre a vuestro servicio. Siempre tratadas como partes y nunca como todos.
Y hay mujeres que también nos miran así: con vuestros
ojos, con vuestros espejos. Que no nos ven del todo, que están a vuestro
servicio, mientras habláis a través de ellas distorsionando la voz como
macabros ventrílocuos.
Hasta el akelarre, porque solo
cuando os vais, cuando desaparecéis, las marionetas dejamos de ser marionetas y
volvemos a la vida.
Es horrible ver vuestra mirada, horrible
mirarnos en vuestro espejo traicionero.
Y cuando algún día nos miráis
mejor, nos miráis como a personas libres,
y nos miráis con afecto a pesar de ser libres!, y sentimos que por fin uno! no
quiere vampirizarte, no quiere usarte para sus mil usos (ser sus cuidadoras, sus
divas, sus salvadoras, sus sacos de boxeo, sus esclavas maternales, sus
esclavas sexuales, sus esclavas) entonces nos preparamos para perdonaros, porque
necesitamos reconstruir una idea de la humanidad que nos permita seguir
viviendo y encaje en nuestra idea de la humanidad, de la bondad y de la justicia.
Y por eso confiamos en vosotros,
como amigos, como novios, como colegas. Por eso, siempre caemos, pobres
mujeres.
Por eso siempre nos matan, pobres
mujeres. Porque necesitamos confiar en vosotros para encajaros en nuestra idea
de la humanidad, de la bondad y de la justicia.
Por eso siempre nos matan. Por
eso lentamente nos matan.
El hombre que me admira, el
confidente, el amante, tarde o temprano todos van a recordarme mi sitio: que es
estar a su servicio, que es procurar que no se les hunda la autoestima, que es
que les cuide y que les salve; siempre a costa de mi misma.
Todos tienen el derecho a
recordarme cuál es mi sitio, mi sitio respecto a ellos, a todos ellos.
Y aunque insistamos e insistamos
en perdonaros, en hacer excepciones, en encajaros a alguno, no hay engaño
posible para encajaros en nuestra idea de la humanidad, de la bondad y de la
justicia.
No habrá un mundo justo que
podamos compartir con vosotros. Cuanto antes lo sepamos, lo entendamos, lo
lloremos, antes podremos reconstruirnos sin vuestra macabra voz de ventrílocuos
hablando por nosotras. Reconstruirnos sin vuestro espejo, sin el odioso espejo
de vuestra ingratitud vital al que nos obligáis permanentemente a mirarnos.
No habrá sueños cumplidos de ser
humana del todo mientras estéis.
No habrá mujer completa, solo
sirvienta esclava, mientras existáis.
No habrá un mundo en el que
podamos sobrevivir como humanas del todo, como dignas del todo, nosotras, las marionetas,
mientras haya hombres.
Joder, eres la hostia. Gracias por existir y escribir cosas para nosotras.
ResponderEliminarGracias :) qué bonito lo que me escribes.
EliminarAsí es, contando que el lugar mujer es el lugar de la domesticación creada por ellos y para ellos. Ya entonces no puedo ni quiero definirme como mujer, aunque sé que hay muchas de nosotras atrapadas en ese lugar y entiendo lo que entonces quiere decir ser "mujer" en tu texto. Gracias por la lucidez.
ResponderEliminarAlgo más, yo nos los perdono, perdono a uno o dos (no más), porque he visto cómo seres que no eran hombres, terminan siéndolo, teniendo lapsus hombres.
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EliminarDe acuerdo.
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ResponderEliminarMe alegro que te hayan servido, Maitane. Un abrazo grande!
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