sábado, 26 de julio de 2014

Bullying: conversaciones sobre la juventud robada


Esta conversacion se mantuvo en el verano de 2014 entre dos mujeres asturianas de entre 30 y 38 años.

Por la naturaleza extremadamente delicada de las agresiones que aquí se relatan, y la propension de la sociedad a revictimizar -o retraumatizar- a las victimas, estas mantendran su anonimato.

De igual modo esta entrada queda cerrada a comentarios, ya que desde mi blog no quiero exponer a quien ya ha sufrido bullying, a una vivencia ni remotamente parecida.

Los nombres utilizados para facilitar la lectura de esta conversacion, son completamente falsos.

Por el contrario, la historia, contada por sus protagonistas, como la realidad, es hirientemente verdadera.



Diana, 38 años - Viví acoso escolar y fuera del cole desde los 12 a los 16. En aquel tiempo hubo pocos lugares en los que entre pares no fuera insultada o discriminada (motes, agresiones físicas, acosos al domicilio) Hasta hace poco, mas de 20 años después, seguia dandole vueltas a que era lo que hacia mal, a porqué en todos los lugares era atacada. Me obsesionó muchísimo encontrar el motivo. Esa experiencia marcó completamente mi vida.

Sofia, 30 años - En mi caso, comenzó en el mismo año en que entré en el instituto, en 3º de la ESO. Era "la nueva" y, al venir de un entorno bastante protegido (colegio de monjas), noté que adaptarme fue un poco difícil, estaba un poco, digamos, atontada. Me asusté y me costó abrirme y relacionarme con la gente, más todavía porque todo el mundo había dado su primer beso, había tenido sus primeras borracheras, empezaba a salir, etc., y yo no. También me tomé en serio los estudios y era aplicada. Por eso, creo que empezó por ser la diferente, la rara.

Diana - Me he dado cuenta de que a veces tenemos una atribución al acoso diferente a la que probablemente fue la causa. Te explico, en mi caso, mi atribución inicial al acoso era porque estaba gorda. Era alta y gorda. Grande. Tuve un trastorno alimentario por ello, transtorno de ingesta compulsiva que aun no he curado.
Pero después, pensándolo, no creo que fuera solo eso. Creo que también y sobre todo era porque siempre fui contestataria al poder masculino y lo hacía ver muy rápidamente.
Tambien era la "empollona" de clase.

Sofía - Lo atribuí a ser la diferente, a que me tomaba en serio los estudios y no salía (en casa no me dejaban). Durante un tiempo lo atribuí también a mi tamaño, soy grande y estaba rellena, y en alguna ocasión se metieron también con mi físico; me quemaba ver que había chicas más gordas que yo con las que nadie se metía, así que supuse que yo tendría algo más, y empecé a culparme.

Diana - ¿Quién te atacaba? En mi caso eran los chicos, prácticamente en todos los contextos, cole, insti, veraneo, vecinos... Las chicas no, aunque muchas fueron cómplices, callando, o culpándome. Creo que mi hermana me culpaba por mi forma de ser, contestataria.

Sofía - En mi caso fueron muchas personas. Clasificándolos: Había un grupo muy definido compuesto por chicos, malos estudiantes y algo violentos, que eran quienes más se burlaban de mí, llegando a amenazas verbales y físicas, añadiéndoles siempre unas risas para quitarle importancia. Les tenía mucho miedo. Luego estaba el resto de la clase que, salvo dos o tres personas contadas, callaban o se reían cuando el primer grupo me atacaba. (Luego llegó el día en que oí a las chicas criticarme a lo bestia y una me defendía: pero qué os ha hecho, si nunca hace o dice nada, siempre es amable, etc.). Quiero pensar que los profesores no se enteraban; hubo uno que se cabreó cuando mis compañeros me la liaron, y trató de llevar el tema a dirección. No prosperó: el culpable era hijo de cierta persona y no quedaba ni una semana para terminar el último curso. Finalmente están mis padres y mi hermana, que me culpaban por enfadarme, por ser borde, por estar sola, por ser la diana de todas las burlas, porque eso daba a entender que yo quería ser el centro de atención. Añado a eso que mi hermana me atacaba también porque en el instituto ella era "la hermana de [mote]" y las chicas más populares la aislaban.

Diana - En mi caso las agresiones y motes (muchos de ellos referidos a animales) se mantuvieron durante años hasta que enfermé de depresión y dejé el instituto a los 16. Después, con algunos de los agresores he mantenido contacto, al menos de vista. He sentido miedo. Y aun hoy se me reactivaria el miedo, la vergüenza y el odio si los encontrara.

Sofía - El acoso comenzó con motes (había uno en concreto que aún me escuece), inmediatamente siguió con aislamiento y segregación. ¡Oh!, salvo que alguien necesitara que le resolviera una duda o le prestara apuntes, en cuyo caso yo era su primera opción al ser la mejor de clase; por supuesto, como era imbécil, respondía y ayudaba con la mayor amabilidad y disposición, muchas veces servilismo con la ilusión de que me aceptaran en el grupo. No, no sucedía.

Más tarde, el grupo de bandarras del que hablé antes, pasó a temas más físicos: lanzarme objetos pequeños, gritarme, fingir que me iban a golpear y terminar con risas, amenazas.

Diana - Mi sentimiento predominante era la vergüenza... la culpa. ¿El tuyo?

Sofía - Por encima estaba la vergüenza porque deseaba pasar inadvertida, que simplemente me dejaran tranquila. Vergüenza también por las burlas, porque bastante tenía yo con mis problemas. En el fondo también la culpa: por no saber imponerme, por tener miedo, por no saber integrarme, por ser fea y gorda, porque algo había hecho para merecer tanto desprecio, aunque nunca supiera qué era.

Diana - Yo no se lo conté a nadie hasta que enfermé, porque sentía que era verdad. Esto es, que yo era vergonzosa, todo lo que me llamaban. Tenía una culpa muy fuerte. Tampoco se lo conté a mis padres por protegerles! Resulta absurdo pero era un sentimiento tan doloroso para mí, que quería defenderles a ellos de él. ¿Y tú?, ¿lo contaste? ¿te ayudaron?

Sofía - Lo conté a los tres meses de que comenzara. Mis padres se enfadaron conmigo y me culparon. Así siguió siendo hasta el final. Cuando me robaban los libros o se ensañaban conmigo o me aislaban más de lo habitual y llegaba a casa triste, me caía una bronca tremenda.

Diana - Cuando lo conté por primera vez, a un psiquiatra, me dijo que me lo inventaba y me medicó con antipsicóticos.
Si solo una persona me hubiera dicho que no era culpa mía, que la violencia es así, que no hay nada que pudiera hacer, no hubiera enfermado. El fenómeno de la mano que ayuda, se llama... Pero nadie lo hizo.

Lo curioso es que hubo adultos testigos, pero no me ofrecieron ayuda.

Deje la escuela e intenté suicidarme al cumplir los 17. Recuerdo la bronca de la enfermera cuando me hacía un lavado de estómago. Me internaron y me dieron neurolépticos. El psiquiatra creía que el acoso escolar me lo inventaba.

Sofía - Hacia los 16 años, mi vergüenza y culpa se proyectó también contra mi cuerpo, de modo que caí en la bulimia y empecé a agredirme físicamente en la cara (por fea y deforme) y en las piernas y otras zonas (por gorda).

No sé si habría caído, o al menos no haber empeorado, si hubiera recibido ayuda... La culpa que sentía era enorme. Como ya dije, mis padres me culpaban. En cuanto a los profesores, creo que no se daban mucha cuenta o, si lo hacían, lo tomarían como "cosas de chavales, que están en la edad del pavo". Una vez se lo conté a una profesora con la que tenía bastante confianza y se quedó fría. Recuerdo sus ojos enormes de incredulidad. Y el profesor que intentó ayudarme al final. No sé si el resto lo sabían, lo intuían o no se enteraban. Desde luego que mis compañeros se cuidaban de no agredirme delante de los profesores, y el aislamiento de mis compañeras era bastante sutil (hasta que las oí aquel día, pensaba que estaba en mi cabeza, que ellas eran buenas conmigo, que no podía ser que tantas chicas estuvieran haciéndome el vacío).
Acaba de venirme a la cabeza lo que solía decirme mi padre: Si un tío va por la autopista de A a B por el sentido contrario, todo dios le va a pitar. Él cree que va bien pero realmente circula en contra de todo el mundo. Así era yo: no era posible que todo el mundo deseara pincharme o aislarme, era yo la que estaba haciendo algo mal.

Diana - Yo tengo secuelas de larga duración: fobia social, ingesta desordenada, malas relaciones de pareja y mucha impulsividad (ira?). ¿Y tú?

Sofía - Todo lo anterior me ha dejado muchísima culpa. Me culpo por todo lo que tenga algo que ver conmigo, sea o no la responsable. Es una enorme losa que tengo encima y de la que me está costando mucho deshacerme. Me ha quedado también un desprecio hacia mí misma. También desprecio y envidia a los demás, pero es algo que hace pocos años he empezado a corregir; aún me quedan restos aunque son cada vez menos. Y mucho miedo a cualquier "situación social": grupos de personas en cualquier entorno (académico, ocio...). En esas situaciones, siento miedo a la gente, a ser juzgada, a que me aíslen y no me vuelvan a llamar para formar parte de ese grupo. Y de ahí se deriva un deseo muy fuerte por pertenecer a algún grupo de amigos de confianza, pues es algo de lo que carecí en toda la adolescencia y juventud.

Arrastré la bulimia varios años y pasé de vomitar a no comer cuando me quedaba en la universidad a mediodía, y de ahí a auto desprecio. Por un lado, los síntomas externos (vómitos y golpes) fueron desapareciendo, pero por otro el parásito mental (no sé cómo llamarlo) se enquistó y se hizo muy, muy fuerte. Y me culpo por no haber sabido curarme.

El estigma de los motes que me llamaron me ha durado hasta ahora. Es así. Duro decirlo, pero ha permanecido como parte de mi identidad...

En mi caso me ha quedado una sensibilidad a los motes. Me fastidia que los utilicen conmigo en casa (son los únicos que lo hacen, parece que el del instituto lo han olvidado pero, cuando agarran una tontería, no la sueltan en varios días) y me incomoda llamar a las personas por su apodo cariñoso.

Diana - Yo tambien desarrollé culpa delirante. Cuando cumplí 18 años mi abuela enfermó y murió de cáncer de colon y creí que la culpa era mía. Tenía la sensación de que era un monstruo por fuera y por dentro. Algo malo había en mí y no conseguía saber qué era.

Sofía - Me culparon por no hacerme respetar, porque ponía mala cara (me llamaban el mote, yo ponía cara de desagrado o tristeza y respondían "¿ves?, haces eso en el instituto y por eso te lo siguen llamando; si te rieras o respondieras con una burla, no te lo llamarían" - probé y no funcionó), porque no me integraba.

Luego, cuando estaba en plena bulimia y oportunamente salía algún reportaje sobre anorexia/bulimia en la tele, mi padre resoplaba y decía que eso no eran más que ganas de hacerse notar y querer ser el centro de atención, y añadía "yo la anorexia la curo con dos hostias". Así que nunca supieron de la bulimia.

Diana - Mi trastorno alimentario creo que lo achacaban a la debilidad mental. La misma que me había hecho deprimirme ante las agresiones. Y a las hormonas, claro.
Mi padre me dijo" las mujeres sois buenas estudiantes, pero con la edad del pavo y las hormonas os arruinais"

Pasé de sacar sobresalientes a tardar hasta los 28 en sacar una carrera.

No volvi a estudiar de manera presencial hasta los 28 años, cuando cursé un máster.

Aun hoy tengo pesadillas en las que no he acabado ni el COU y tengo que volver a clase.

Sofía - Una de las secuelas más importantes y obvias para la gente con quien hablo es ser apocada. Durante la adolescencia me fui volviendo una apocada, no sólo en situaciones de tensión, que sería lo esperable, sino también en situaciones tranquilas. Me cuesta dar mi opinión, tengo miedo al hecho de hacerlo, a las reacciones de los demás, al trato que me dispensen, a la imagen que puedan tener de mí según van conociéndome... También, bastante relacionado con lo anterior, está un defecto muy grande, y es que quiero agradar a todo el mundo. Intento no hacerlo porque sé que es improductivo y perjudicial, pero queda el poso del miedo a desagradar.



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Gracias a Sofía y Diana por su valor y su sinceridad. Su intención manifiesta es que sus testimonios sirvan para denunciar la lacra del bullying y visibilizar la dimensión de la peor agresión que tras la violación y el maltrato familiar, hoy enfrentan los niños en España.

Cualquier persona interesada en profundizar en el proyecto "conversaciones sobre la juventud robada" puede ponerse en contacto en el twitter @islatempestad

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