viernes, 5 de septiembre de 2014

Bullying: quizás lo único discrepante en mí era mi poca atracción hacia el fútbol

Empiezo a escribir estas palabras removiendo en mi mente recuerdos que en su momento enterré por resultar demasiado dolorosos.

Para ambientar un poco, antes de empezar la parte del relato que interesa, contaré a grandes rasgos la historia de mi infancia previa a sexto de Primaria, que es cuando comienzan los malos recuerdos.

Como es lógico, no recuerdo gran cosa de estos años. Era un chico más o menos normal: El colegio ni me gustaba ni me dejaba de gustar, era algo que estaba ahí.

También estaban mis amigos: No formábamos parte del grupo "popular" de clase, pero aún así no dejábamos de ser más o menos unas diez personas.

Jugábamos y lo pasábamos bien en los recreos, no teníamos otra cosa que hacer y yo creo que la infancia de todos fue más o menos normal. Centrándome en mí, creo que también la mía fue normal: Era bastante buen estudiante, como ya he contado tenía mis amigos, quizás lo único discrepante en mí era mi poca atracción hacia el fútbol y en general hacia cualquier deporte, de hay que en el
grupo del que formaba parte sólo tres fuésemos chicos.

Con el paso del tiempo, y por diversas razones, el grupo se fue separando, y de la parte masculina del grupo, sólo quede en la clase yo. Además, todos entramos en la parte de la adolescencia en la que los chicos y las chicas no nos podemos ni ver, se forman dos grupos en clase y ambos se dedican a hacerle la vida "imposible" al otro. A mí, por mi parte, me tocó que la vida me la hicieran
imposible los dos bandos. Las chicas, por ser un chico, los chicos, por… Supongo que ya era demasiado tarde para integrarse en el colectivo, y cuando alguien está sólo, se tiende a atacarle, no sé si por diversión, por crueldad o simplemente, por hacer más entretenido el tiempo de clase.

La verdad es que los ataques que recuerdo en ese tiempo vienen, sobre todo, de parte de gente mayor a mí (repetidores). Un momento especial que recuerdo en ese año es la costumbre que cogieron de quitarme el escuche y, por su mayor altura, yo era incapaz de recuperarlo. Este hábito duró bastante tiempo, con el conocimiento de los profesores, que soltaban la regañina de turno que no surtía el menor efecto.

El año pasó y la cosa fue in crescendo, pero el curso acabó, el verano llegó y ese año de desesperación terminó para mí, pero la peor aún estaba por llegar. Por casualidades del destino (o no) lo "peor" del colegio fue a acabar a mi clase.

De este año si que recuerdo muchas más cosas. Diversas situaciones de insultos, ridiculizaciones y en más de un momento, violencia. ¡Oh, sí! Esa palabra fea de la que no se quiere oír ni hablar, y que sin embargo, existe. Muchas veces se da en las propias horas de clase, no sólo en los cambios de hora o en el recreo. 

Recuerdo un momento en el que mi compañero de delante y de detrás se dedicaban a empujar mi mesa y la del de detrás , quedando yo entre medias.

Es una de las cosas que más marcadas me quedaron en la mente, porque sucedió durante el desarrollo de una clase de lenguaje, con la profesora delante, y que aún cuando sé que era consciente de lo que estaba pasando, no pudo o le dio igual detenerlo que no. El año pasó muy lentamente. La desesperación iba haciendo mella poco a poco en mí. Se empezó a notar, incluso, en los resultados
académicos. Dejé de tener ganas de todo, de ir a clase, de salir, de leer, incluso en momentos, perdí las ganas de vivir. Lógicamente, aunque no sé que extraño razonamiento me llevó a ocultárselo, mis padres se acabaron dando cuenta. Y como es lógico, acudieron a hablar con el centro.

El tutor que me correspondía aquel año conocía de sobra la situación, pero siempre me daba los mismos consejos: que no les hiciese caso, que intentase mostrarme fuerte… 

Ahora lo pienso y digo ¿Cómo se le puede pedir a un chico de 12 años que sea 
fuerte? 

A mi parecer, la respuesta es que no se puede.

Aún no hay personalidad desarrollada, aún no hay valores claros, aún no hay nada a lo que agarrarse
contra el ataque de toda una clase. Al final, sólo me quedaron las lágrimas, una
expresión continua de tristeza en mi rostro y una especie de remordimiento de
si no habría hecho yo algo para merecer eso.

Ahora lo recuerdo y pienso en que  porque fui tan tonto, podría haberlo dicho y aunque me hubiesen tachado de chivato, de todas maneras esas personas no me apreciaban y siguen sin hacerlo
a día de hoy.

También me pregunto si hubiese servido de algo el hecho de "chivarme". Aunque mi tutora supiese de mi situación, salvo otra vez las típicas  regañinas que no tienen el menor efecto, nunca tomo medidas de verdad, para ella era más cómodo darle la razón a las otras personas cuando el caso no era muy claro, y tratar cada enfrentamiento como algo aislado, no como una
constante que se daba casi todos los días.

Con todo, el tiempo pasó. En verano, viéndolo todo desde cierta lejanía sufrí bastante, pase miedo y esperé a que llegase septiembre con un nudo en el estómago. ¿Milagros? No lo sé… Sólo se que ese año no lo pasé tan mal en clase, no sé si se debió al tutor que tuve en ese curso, que se preocupó bastante por su clase, o quizás a que mis compañeros se buscaron un nuevo "juguete" con el
que entretenerse: otro chico, con el cuál aún mantengo el contacto, y que tuvo la suerte de tener que mudarse por motivos familiares.

La verdadera agonía, la parte que duele recordar, supongo que termina aquí.  Después quedan dos años, que comparándolos con los anteriores, fueron más o menos normales. El acoso acabó, aunque nunca llegaron a aceptarme del todo.

Creo que siempre fui y sigo siendo para ellos una especie de bicho raro. Alguien que no podían asimilar que existiese, supongo que porque nunca me gustó perderme entre la marea de la gente, cuando una persona se convierte en masa y deja de ser quien es.

Ahora lo miro todo desde la frialdad que nos permite el tiempo, y pienso que podría haberlo evitado de muchas maneras. La más radical: cambiar de instituto. Lo pensé muchas veces, pero nunca reuní el valor para empezar sólo en otro sitio, y no creo que esa sea una verdadera solución al problema.

Supongo que la verdadera solución se encuentra en evitar que se dé el problema, en educar a los chicos y chicas para que esto no pase, no en ponerle una medida correctora cuando ya está pasando 

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