martes, 26 de agosto de 2014

Bullying: Tortura infantil, una vez más.

Aunque he tenido que parar varias veces porque no podía reprimir las ganas de llorar, he logrado escribir mi historia.

Cuando leo las historias de vida que se recogen en este blog me pregunto si también fui víctima de bullying o simplemente fueron cosas de críos. Si os he de ser sincera, nunca sufrí situaciones tan escalofriantes como las que se han expuesto en este espacio y aunque sí padecí lo que se puede calificar como maltrato psicológico y algunos episodios de agresión física, tuve la suerte de que nunca nadie intentó atentar contra mi vida, mi familia no sufrió ningún tipo de acoso y jamás abusaron sexualmente de mí. Así que tras leer todas estas historias me pregunto: ¿realmente fui una víctima de bullying? Y a partir de aquí reflexiono.

Una de las herramientas para perpetuar la agresión verbal, física o psicológica entre iguales es precisamente el transmitir una imagen normalizada de la misma. El afirmar que “son cosas de críos” se vuelve un arma que dota de total impunidad al agresor, deja desvalida a la víctima y permite a los adultos que conocen la situación eludir su responsabilidad en la resolución del problema. Es mucho más fácil normalizar la situación que tomar cartas en el asunto, afrontar que existe un conflicto y tomar medidas al respecto. Da mucho menos trabajo. De esta forma, el acoso entre iguales que no llega a ciertos niveles de agresión y abuso o que no acaba con un evitable suicidio, pasan totalmente desapercibidos. Y aún así, aunque lleguen a tal gravedad, en muchos casos se ignoran por pura comodidad.

Así se transmite, de generación en generación, la tolerancia al abuso entre iguales. Las víctimas preferirán no pensar en sus años de escolarización y los agresores recordarán sus “bromas” entre carcajadas, sin ser conscientes del daño que pueden haber causado porque han aprendido que es algo normal, juegos de niños sin consecuencias para ellos. Lo sé porque he escuchado atónita a personas recordar entre risas barbaridades que yo había sufrido en manos de otros.

Durante mis primeros años de escolarización pasé prácticamente desapercibida ya que toda la atención de los agresores estaba dirigida a una niña de mi clase con obesidad, a la que insultaban y marginaban de forma continua por su peso. Recuerdo con especial tristeza una época en la que cuando se sentaba en su pupitre toda la clase movía las mesas al grito de “terremoto”. Creo que nunca llegué a participar en las bromas y en los insultos, pero tampoco me esforcé en integrarla o inmiscuí en la situación para defenderla, algo de lo que siempre me arrepentiré.
Tras unos dos años de acoso se cambió de colegio. Coincidí con ella hace poco y sólo tenía buenos recuerdos de aquellos que la humillaron día a día por mero entretenimiento. Jamás sabré si es porque le enseñaron que era normal que la agredieran continuamente o porque desarrolló un síndrome de estocolmo.

Aunque no recuerdo exactamente en que curso empezó mi calvario, sí puedo afirmar que fue a raíz de que una chica empezara a ir con mi grupo de amigos de clase (éramos dos chicas y dos chicos que jugábamos a Sailor Moon y a Bola de Dragón... unos “raros” que interpretaban personajes de series en vez de jugar a los juegos típicos de niños o de niñas -yo interpretaba a Ami o a Trunks dependiendo de la serie que estuviéramos interpretando-). La cuestión es que D dejó de ir con su grupo de amigas habitual para unirse al mío, momento en el que empezó todo... ya que pasé a ser amiga de la persona que incitó en un principio a otros a hacernos bullying.

Me explicaré.

D era una persona cuyo bienestar se encontraba en la destrucción de otras personas (más tarde comprendí el por qué -su padre era alcohólico y maltrataba a su madre, de forma que la chica no estaba muy bien psicológicamente-). Los niños que iban con nosotras se apartaron del grupo al poco de venir ella y quedamos tan sólo las niñas (D, J y yo). A partir de entonces, J y yo empezamos a tener problemas con el resto de chicas de la clase (las anteriores amigas de D). Nos increpaban, insultaban, acorralaban e incluso golpeaban por cosas que decían que habíamos dicho de ellas y que no eran verdad. Lo esgrimían contra nosotras en forma de agresión... aunque la causa real era que éramos diferentes: no participábamos en los mismos juegos, no nos interesábamos afectivamente por los chicos (ni nos interesaba jugar a “la botella”), no pertenecíamos al séquito que adoraba a la líder (la guapa de la clase) y, en general, nos salíamos del rol y de los estereotipos que debíamos cumplir. Íbamos a nuestro rollo y eso les molestaba, por lo que necesitaban someternos y hacernos sumisas.

Paralelamente, D se encargaba de que J y yo estuviéramos continuamente en conflicto. A base de manipulación pura, nos ponía siempre una en contra de la otra, de forma que una de las dos era marginada mientras ella permanecía en el centro, tomando partido de un bando u otro según cómo le apetecía y convenía. Parece algo surreal, pero esta dinámica de amistad duró cinco o seis años a pesar de ser ambas conscientes de que estábamos siendo manipuladas... estábamos tan aisladas y marginadas del resto a raíz de los rumores, teníamos el autoestima tan destrozada y carcomida, que a pesar de ser conscientes del daño que nos estaba provocando... la queríamos y agradecíamos que quisiera ser nuestra amiga... ya que nadie más quería serlo.

A lo largo de los años la violencia fue expandiéndose y focalizándose sin necesidad de que D hiciera nada para que se produjera. Lo que al principio fue un acoso por parte de un grupo de personas reducido acabó en el acoso por parte de toda la clase... al que más adelante se juntaron otras. J empezó a desarrollarse y aunque durante un tiempo se burlaron de ella por el tamaño de sus pechos (“la vaca que ríe” la llamaban porque su sonrisa y pechos eran muy grandes), luego se interesaron por ella a nivel sexual, pasando de acosarla a intentar seducirla. Yo no era atractiva, así que no merecía tolerancia, por lo que siguieron llamándome “gorda” y riéndose de mis aficiones (cómics, dibujo y otras frikadas en general)... pero eso no era lo peor.

Que sí, dolía. Me sentía gorda, fea, despreciable, indigna, vomitiva, patética, ridícula y repulsiva. Quería morirme y lloraba por las noches... pero prefería los insultos a ser ignorada. Había días en los que me dejaba de hablar toda la clase: me encontraba sola en el recreo, bloqueaban todo tipo de interacción conmigo, no me respondían y evitaban mirarme.

Esos días me quedaba sin comer porque no quería ir sola al comedor del colegio y demostrar públicamente (es uno de los colegios más grandes de mi ciudad) que era una fracasada social, un ser indeseable. Me sentía pequeña e insignificante y cada vez estaba más segura que si desaparecía tan sólo le haría un favor a todos los de mi alrededor y a mí misma.

Fue entonces cuando empecé a somatizar la ansiedad, a padecer fuertes dolores de barriga, a tener bruxismo, eccemas, insomnio, pesadillas y estados de hipervigilancia. Me costaba respirar, me mordía el carrillo interno para provocarme dolor físico y evitar echarme a llorar repentinamente (los tengo deformados por dentro, como mal cicatrizados, ya que me mordía muy fuerte). Vestía totalmente de negro para pasar totalmente desapercibida e iba siempre con el pelo tapándome el rostro. Quería desaparecer a los ojos de todos.

Entonces todo empeoró. Un día, fuimos al teatro y D me cogió de la mano, algo que con 13 años vi normal. Un par de días después, al cambiarnos en el vestuario después de la clase de educación física, me quedé mirando a una chica repetidora porque tenía estrías y no sabía ni que eran, lo que fue entendido como interés sexual por mi parte. Se extendió el rumor de que era lesbiana. Las chicas de mi clase se empezaron a cambiar a escondidas para que no las mirara y a rechazarme aún más abiertamente. Las de otras clases me acorralaban en el baño para preguntarme sobre mi sexualidad y agredirme verbal o físicamente (depende del día) tanto si respondía negativamente como si me negaba a responder. La verdad es que no estaba interesada sexualmente por ningún género, me habían gustado otros niños, sí, pero aún no sentía ningún tipo de apetito ni curiosidad sexual hacia nada... tampoco entendía qué importancia tenía lo que me gustara o dejara de gustar. Sin embargo, a pesar de no ver nada malo en ello ni haber decidido mis preferencias, la forma en la que me trataban esas personas ante la posibilidad de que fuera homosexual me llevaban a negarlo, me transmitían que era algo malo y punible. Lo más curioso es que algunas de esas personas salieron del armario al terminar la secundaria. ¿Cómo alguien es capaz de castigar a otra persona por algo que supuestamente comparte? Jamás lo entenderé.

A lo largo de los años todo este maltrato fue complementándose con destrucción del material escolar, robos, falsas acusaciones a los profesores, agresiones físicas y otras lindezas... acabando al cambiarme de clase en cuarto de ESO, dónde conocí a un grupo de chicas maravillosas (muchas repetidoras) que me aceptó, integró y me permitió escapar del agujero en el que estaba atrapada.

Sin embargo, el daño psicológico siguió ahí.

Tengo serios problemas de autoestima tanto físicos como sociales. A los 15 años tuve un desorden alimenticio “leve” que me hizo perder 10 kilos (que luego recuperé y luego volví a adelgazar a causa de una depresión) y actualmente, a mis casi 29 años, a pesar de que peso 50 kilos y mido 1'65, me veo gorda, por lo que a pesar de estar delgada (y de ser consciente de que no hay nada malo en estar gordo) me cuesta horrores que me vean en bikini en la playa y si engordo lo más mínimo me deprimo a niveles exagerados.

En cuanto a mi autoestima social, aunque sea una persona que tiene muchos colegas... me cuesta relacionarme con personas nuevas, en grupos grandes y tengo la sensación inexplicable de que caigo mal y de que todo lo que digo o hago me hace quedar en ridículo... por lo que, a veces, tras estar con mis amigos siento ansiedad por lo que puedan haber pensado de mí, sintiendo malestar durante varios días. Me cuesta establecer relaciones estrechas y llevar la iniciativa a la hora de quedar por miedo al rechazo.

También tengo problemas de ansiedad... y lo curioso es que lo descubrí en una clase de psicología en la Universidad ya que hasta ese momento creía que era una persona muy tranquila. Unas pruebas que me hicieron mostraron que mi nivel de “ansiedad estado” (lo ansiosa que está una persona de forma natural, por su forma de ser) es muy elevado (muy, muy elevado). De ahí que a veces sin razón aparente me cueste respirar, me salgan eccemas nerviosos, dolores de estómago inexplicables, desajustes intestinales (por decirlo suavemente), problemas del sueño, bruxismo... y cuando realmente me pasa algo que pueda provocarme estrés: migrañas, me parece que todo lo que ocurre a mi alrededor es irreal (ajeno a mí) y me cuesta hablar, pensar y recordar cosas. Creía que todo esto era normal, que le pasaba a todo el mundo, hasta que al estudiarlo descubrí que estoy totalmente rota por dentro. Esto provoca que, además, sea más propensa a padecer depresiones y otras enfermedades físicas. A veces me pregunto cómo debe ser la vida de una persona sin ansiedad, qué deben sentir ellos en su vida normal cuando lo normal para mí es lo que ellos sufren cuando están ansiosos.

Cuando salió facebook muchas de las personas que me hicieron sufrir me agregaron como amigos, solicitudes que fueron ignoradas en su mayoría. Al encontrármelos por la calle me tratan con alegría, como si durante esos años no me hubieran torturado injustamente... porque creen que lo que pasó era normal, que no hicieron nada malo. No hubo consecuencias para ellos, no conocen las consecuencias que provocó en mi personalidad.

Mis padres no supieron lo que pasó hasta que acabó todo. En ciertas ocasiones sospecharon por mi conducta y porque no era feliz, pero como lo negaba muy acaloradamente tener algún tipo de problema (sentía que era mi culpa y no quería que me vieran con los mismos ojos que el resto... no fuera que dejaran de quererme o algo) no sabían muy bien qué estaba ocurriendo. Años después se lo confesé a mi madre y rompió a llorar desconsolada por la impotencia de no haber podido protegerme durante esos años... porque ella, de pequeña, también sufrió bullying

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Para servicios a las víctimas de bullying o para dejar tu testimonio, ponte en contacto con http://noacosoescolar.wix.com/sobreviviendoalacoso

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