lunes, 25 de agosto de 2014

Bullying: Marginada en el cole, marginada en casa



Tengo 20 años, soy una chica de Extremadura y he sufrido bullying en el colegio...

Siempre he tenido amigas, no puedo decir que sufriera un bullying extremo de aislamiento, que debe de ser desquiciante.

Cuando tenía 6-8 años, no recuerdo la edad exacta, estaba gorda, muy gorda. Casi rozando la obesidad.

No era culpa mía, es muy fácil decirte que “comes mucho” o que “no sales a correr y a jugar como los demás niños”. Eso NO es verdad, al menos en mi caso. Yo iba a natación y salía a jugar a la calle, los encargados de mi alimentación eran mis padres, de modo que la culpa jamás es mía. Era mi madre la que al salir de natación me llevaba bandejas llenas de dulces.

Sin embargo, cuando iba a casa de mi abuela, mi abuelo me sentaba y me decía “La belleza ya la tienes, ahora solamente te falta tener la delgadez, comiendo un poco menos, quedándote con un poco de hambre tras cada comida”.

Yo no hice caso, porque era feliz (¿Tan difícil era de entender que a una niña de 8 años no le importaba la belleza, solamente jugar?).

Por esta razón, en el colegio sufrí el bullying típico de cualquier niño gordo, y si eres niña, más, porque como acabo de comentar, tienes que ser hermosa ya a edades incluso infantiles. La frase que más repetía un niño era “Gorda, adelgaza, eres una grasa”.

Como en Extremadura seseamos, la rima adelgaSa-grasa era la gracia. Yo jamás me defendía, ni siquiera respondía, creo que hasta ME REÍA para hacerme cómplice de una cosa que quería tomarme como una inocente broma.

Para más inri, yo siempre he sido buena estudiante, desde preescolar hasta la universidad, y mi profesor potenció la actitud de “”repipi”” hacia mí con comentarios tipo “¿Veis que bien ordenado está el cuaderno de X? Así deberíais tenerlos todos”. Yo adoraba a ese hombre, era el único que me trataba realmente bien y apreciaba mi trabajo en clase, (en casa tampoco lo apreciaban especialmente, como comentaré a continuación) y por un lado me llenaba de orgullo saber que tenía buena letra, que era ordenada, que sacaba buena nota… pero no podía sentirme orgullosa a gusto, sentía las miradas de mis compañeros sintiendo ¿Envidia? ¿Inferiores? No sé, a lo mejor tienen razón y mi profesor no debió hacer eso.

Cuando se jubiló, me dedicó UN DISCURSO. Su discurso de despedida fue algo del estilo “Me voy pero voy a echar de menos a la que, como todo el mundo sabe, tengo debilidad, la mejor que he tenido nunca”. Ni siquiera me sentía libre para sonreír, por dentro estaba casi llorando de emoción, el hombre al que admiraba tanto me admiraba a mí de forma recíproca, pero no podía sonreír o sería linchada el resto de los años de colegio (que aún eran 3…).

Es decir, que era gorda y era trabajadora. Deseaba que llegaran los fines de semana. ¿Me lo pasaba
bien en clase con mis amigas en el colegio? Sí, claro, pero eso no quita que tuviera que aguantar miradas e insultos constantes, de los cuales por supuesto mis amigas no me defendían.

Fingí ponerme mala varias veces, para ver si juntaba con el viernes y me hacía un puente libre de abusones. Mis padres son psicólogos, ambos (aunque a veces no lo parece) y una vez que hice llamar a que me recogieran al colegio por “”dolor de barriga”” antes de llegar a casa me paró delante de un parque y me preguntó que qué me pasaba, que por qué no quería ir a clase. No lo reconocí, no le dije que había un niño que se metía conmigo por gorda, dije que no me pasaba nada, que estaba mala de verdad. Tengo el vago recuerdo de que en unas Navidades sí lo comenté, que no tenía ganas de volver a clase porque se metían conmigo, pero si no lo recuerdo con fuerza, es porque o no me hicieron mucho caso o porque la situación fue mejorando.

Lo que más me duele de esa época, no soy yo. Porque dentro de lo que cabe, me fue bien. Dentro del mundo del bullying, jamás me pegaron en clase, jamás me aislaron por completo… tuve suerte, tenía amigas y me reía en clase. Lo que más me duele es que me hicieron bully pasiva y durante años me sentí culpable.  ¿Tuve épocas de no querer ir a clase, me llamaban gorda, se metían conmigo cuando corría en gimnasia? Sí, pero yo no fui la que más sufrió de mi clase.

Había una niña en clase, a la que también mantendré en anonimato y a la que voy a llamar Mercedes. Era “rara”. Simplemente, era diferente. Muy callada, con cara de no entender… muy tímida… Cuando era pequeña pensaba que tenía una deficiencia mental, todos lo pensábamos, porque sus únicas amigas eran una chica con Síndrome de Down y una chica que sí que tenía una disminución psíquica evidente. Ahora, con perspectiva, creo que estaba perfectamente, que no era “tonta” ni “autista” ni “retrasada”, que solamente estaba reprimida, que tenía MIEDO y que probablemente lo trajera de casa.

A esta niña le hacían bullying constante, gran parte por el MISMO que me lo hacía a mí. Desde que entré al colegio, esa niña “tenía piojos” y nadie podía acercarse, o te contagiarías. Como ya he dicho, yo era la mejor de la clase, y la profesora me la sentó al lado para que la ayudara con los deberes. Automáticamente todos pensaron que yo tenía piojos también, me preguntaban si no me daba asco sentarme a su lado, que si no olía mal… Yo jamás practicaba del bullying, nunca lo he hecho, pero jamás la defendí. Jamás dije “yo me siento a su lado y es una chica normal, dejadla en paz”. Yo era carne de cañón, seguía teniendo sobrepeso, y supongo que también era inevitable que en mi mente hubiera anidado el miedo y la sumisión.

¿Por qué cuento lo de esta compañera? Porque hay escenas que te marcan, y hay una que no olvidaré jamás. A la salida de clase, teníamos unas escaleras. Mercedes, en la parte baja de las escaleras, se quedaba quieta porque mi bully, el de “adelgaza, grasa” se lo ordenaba. Él estaba en la parte de arriba. Por una razón que desconozco yo estaba allí también y me quedé mirando. Le dijo: primero, que se bajara las bragas y le enseñara “el chocho”… A lo que ella obedeció sin ni siquiera rechistar, es que ni siquiera lloraba, era la sumisión en persona. Cuando se hubo jactado y le dijo varias veces el asco y la repugnancia tan enorme que sentía por ese chocho, le dijo que abriera la boca para que él escupiera en la boca de ella, a lo que ella, nuevamente, obedeció. El chico no paraba de reírse y cuando hubo terminado con esto, que es una violación en toda regla, le dijo “ya te puedes vestir y cerrar la boca” y la dejó irse. Yo no hice nada, jamás. Jamás me chivé a la profesora. Jamás se lo conté a mis padres. Ahora mismo ni siquiera sé si alguna vez se lo he contado a alguien. Al día siguiente ella se sentó a mi lado, como siempre, y allí “no había pasado nada nunca”. ¿Cómo podemos llegar a esto? ¿Cómo una niña que sufre las agresiones, no responde ante otra agresión? ¿Cómo puede el miedo ser tan grande? ¿Por qué yo no hice nada? ¿Por qué esa niña ni siquiera lloraba? Me pasé meses durmiendo mal, y a veces de mayor aún recuerdo su cara, con la piel pálida y los ojos inexpresivos, abriendo la boca para que la escupan. Es lo más participativa que he estado en el bullying nunca. El bullying crea bullying pasivo, todos se callan la agresión y todos participan indirectamente. Lo siento mucho, si algún día ella lee esto y se siente identificada. Lo siento, Mercedes.

Adelgacé. Sana, sin problemas, moviéndome más y comiendo menos. Me vino la regla con 10 años y también ayudó al reparto de grasa por el cuerpo. Sobra decir que cuando volví totalmente cambiada tras el verano de 5º a 6º de primaria, tan delgada, todos me dijeron lo “guapa que estaba” todos me miraban cuando salía a la pizarra y acabaron las agresiones. Patético

En casa, con mi hermano... llevamos bien hasta los 3-4 años. Cuando empezó a coger los ordenadores empezó a “dejar de quererme”. Todo eran malas maneras, cada vez que le decía algo que no quería oír me empujaba, me pegaba, no respetaba los turnos de ordenador cuando me tocaba a mí, siempre me respondía borde. Jamás se hizo un mundo de eso, solamente se le decía G., deja a tu hermana.

Yo iba llorando a mis padres y ponían en duda si alguna vez yo “fingía” la agresión, porque en su cabeza no entraba que me agrediera tantas veces, siendo tan pequeña. Pensaban que a veces nos peleábamos, me tiraba yo sola al suelo porque me caía y al entrar decía “Me ha empujado él”. Como las agresiones no paraban y mis padres no hacían caso, mi única venganza cuando era pequeña era esconderle un peluche que él adoraba, uno de un conejo. Para eso sí que echaron cuenta, oye, sabiendo que era yo, claro. Para las agresiones que sufría por él no se sentaban a decirle “G., por qué haces esto?” Sin embargo conmigo todas las noches me preguntaban si sabía dónde estaba, que si no quería decir la verdad, que por favor fuera sincera…

El linchamiento psicológico que me hicieron para que confesara fue bestial, cosa que yo nunca hice, confesar. Durante un mes o más, me espiaban, abrían la puerta rápido para ver si tenía el peluche, me hacían llorar mientras me preguntaban, de la presión que me imponía que mis padres supieran que yo era “mala hermana” pero no querer reconocerlo. Por el miedo a que un día me pillaran con las manos en la manga dejé de hacerlo, y fue la última vez que molesté a mi hermano con intención. Simplemente asumí mi papel, tan pequeña y tan “consciente” de la historia, asumí que eso era lo que había, que no me rebelaría más.

Cuando crecí y engordé, fue el acabose. Antes solamente me pegaba como “”niños”” y al rato podíamos estar jugando, pero según crecimos fue tomando un tono de bullying preocupante. Mi propio hermano mayor, que siempre dicen que está para protegerte y ser tu ejemplo, me decía que le daba asco, que era repugnante, y que no quería acercarse a mí porque se iba a contagiar (delante de mis primas, por cierto).  Si jugábamos a algo que incluyera levantar el peso de la otra persona, como por ejemplo, atarnos a las cuerdas de las literas e ir cerrando la cama lentamente para sentir como se resbalaba, siempre decía cosas rollo “La vas a reventar y vamos a dejar de jugar, gorda” “Este juego no es para ti” “Si ella ha usado esa cama, yo no quiero usarlo ahora, que me da asco”. Si mi hermana pequeña se tropezaba, decía “jajajajajaja tontaaa jódete… ah, perdón, que eres tú, pensaba que eras (yo)”.

Cabría pensar que ante tal actitud, ante tal despliegue de odio en mi contra, mis padres actuarían de forma severa. Jamás.

Todo eran “peleas de niños” y todo se achacaba a los problemas de mi hermano, que fue al psicólogo durante un tiempo porque tenía posibles indicios de TOC. Todo lo que mi hermano hacía se catalogaba de “pobrecito, tiene problemas”. Jamás me dijo a mí nadie la palabra “pobrecita”. NADIE dijo NUNCA delante mía “pobre B. lo que tiene que aguantar” JA-MÁS.

Sin embargo, sí que escuché a mi madre decirle a mi padre “Pepito quiere a Juanita, aunque la trate mal, yo noto que la quiere, sin embargo Juanita no quiere a Pepito…” Es decir, a escondidas, escuché a mi madre decir que YO era la mala hermana, porque no lo quería, porque era tan fría que ni quería a mi hermano.

¿Cómo puedo querer a alguien que jamás me ha demostrado que me quiere a excepción de algunas risas esporádicas en la comida familiar? No, no quiero a mi hermano, no lo aprecio, no me importa lo que le pase, creo que es una persona egoísta, gilipollas, borde, infantil… no solamente conmigo si no con casi todo su entorno. Pero soy yo la mala hermana, soy mala persona, es el sentimiento constante.

Él estaba gordo cuando yo estaba delgada, él no tenía amigos cuando yo no paraba de salir a la calle, al cine, a la playa… ¿Le dije una sola vez “cállate, gordo” “cállate, que nadie te quiere, que no tienes amigos” en venganza? ¿Una sola vez le dije “A ver si adelgazas, hijo mío?” No. Jamás. Jamás he hecho bullying directo, ni siquiera a mi bully familiar. ¿Qué hubiera pasado si yo hubiera hecho eso? ¿Si hubiera llamado gordo al “pobre niño”? ¿Si hubiera acusado de antisocial al “pobre niño con buen fondo”? No quiero ni imaginarlo. No lo hice porque no me sale decirle eso a nadie, no por el miedo al qué dirán, pero ahora de mayor me doy cuenta de la respuesta tan exagerada que se hubiera tenido conmigo “la madura” “la sensata” “la que le va mejor en la vida” linchando al “pobre niño”. Aunque ese pobre niño me haya hecho la vida imposible, eso no importa.  No solamente no le hacía bullying si no que como ex gorda sufrida, cuando mis padres le decían que perdiera peso, yo les decía que lo dejaran en paz.

Pero recordad que mi hermano, en el fondo, me quiere, ¿Verdad?  

Si os dais cuenta, la técnica siempre es la misma. CULPA… el caso es hacerte sentir que eres mala persona, que lo estás haciendo mal, que no eres buena hermana o hija.

Da igual que sea la única que ayuda a mi madre a limpiar, da igual que saque notas buenísimas para que mis padres sientan que el dinero que gastan en la Universidad es útil, da igual que sea la única de sus tres hijos que les cuente dónde voy, qué hago, que me siente a hacerles compañía después de comer, que llame a mi abuela, que les abrace espontáneamente… da igual que sea agradable con ellos, en general, a diferencia de los malos humores del susodicho, su antipatía, antisocial constantemente en el ordenador encerrado en su cuarto… siempre me hacen sentir culpable y rara vez escucho un “gracias” tras limpiar la casa o un halago general

Como ya he dicho, estuve gorda, y luego me puse “”normal”” con perdón de la expresión, me refiero a que entré dentro de los cánones considerados normales. Entré en una 38-40 y me sentía bien, yo no me avergüenzo de adelgazar en su momento porque aunque me hubieran llamado gorda, lo hice porque quería yo, no por presión social. Comía más sano, menos bollería, salía a caminar con mis amigas… a mí me gusta el deporte y me gusta comer sano. Y siempre fui muy consciente de que ahora la gente se me acercaba por delgada, las ex gordas tenemos una visión diferente de cómo funciona la amabilidad.

Aunque ya estaba “delgada” y era feliz, desconozco el motivo por el que un día decidí que tenía que adelgazar más. Jamás llegué al infrapeso oficial, pero estuve cerquilla, con 1.66 que mido pesaba 51 kg. Pasaba HORAS Y HORAS andando, y rara vez que comía más que unos bocados.

Luego, aprendí a vomitar, porque sí, vomitar toda la comida no es fácil, tienes que aprender y yo por desgracia aprendí.

Mis padres me pillaron vomitando porque vieron trozo de tarta de manzana en el baño y porque yo “me duchaba” durante muchas horas. Me sentaron, me dijeron que por qué lo hacía y que si quería ir a un psicólogo. Me llevaron a la médico general de siempre, que me pesó, midió y a la que le conté lo que sentía (probablemente tuviera un poco de depresión por toda mi casa en general).

Jamás volvieron a hablar del tema. A mi hermano lo llevaron como locos a psicólogos, y a los perfectos profesionales cuando mostró TOC o cuando descubrieron que sufría bullying en clase.

A mí no me llevaron a ningún lado jamás, ni me preguntaron si seguía haciéndolo, ni nada de nada. La única medida que tomaron es que me dijeron que de ahora en adelante comía y cenaba en casa siempre y cuando empecé a coger kilos se quedaron tranquilos. FIN. Eso fue todo lo que hicieron.

Engordé hasta ponerme más gorda que como estaba antes, de modo que ahora tengo una 42, es decir, algo de sobrepeso ligero. Lo que se suele decir estar un poco gordita. Mido 1.66 y peso 72 kilos, siendo, según el IMC, mi peso máximo 69 kg. No hay problema, me veo guapa, me gusto, voy a la playa, a la piscina, cero problemas con que mi novio o amigas me vean desnuda… y si algún día me apetece, adelgazaré unos kilos.

Pero la cruda realidad, es que aún vomito. No diariamente, pero sí cuando voy a comer a un restaurante o a cenar, y como mucho. Desde toda esa época no soporto la sensación de estar llena y vomito la hamburguesa, o los spaghettis, las chucherías… en general todo lo que “engorda”.
Y nadie lo sabe. “Voy al baño un momento” y asunto resuelto, ni siquiera mi pareja lo sabe. Si me preguntan por qué tardo, digo que hacía de vientre.

Me doy asco, porque me huelen las manos a vómito y tengo que echarme jabón para que nadie lo huela. Y me doy asco, porque por cosas así me da “”miedo”” salir a comer fuera, porque no quiero vomitar, pero sé que si salgo y me siento llena, lo haré. Y sobre todo me doy asco porque pienso “No sé para qué vomito, si siempre estoy igual de gorda”.

Y, para qué engañarnos, me veo guapa, sí, pero pienso que estaría más guapa con una 38. Que me rozarían menos los muslos. Que tendría menos michelines. Que tendría menos chicha en las caderas.

Pensaréis que mis padres, después de una época de bulimia se relajarían con cualquier comentario hacia mi cuerpo o mi dieta.

No. Aún tienen cojones de decirle a su hija ex bulímica “¿Ese va a ser tu desayuno?” “¿Ya estás comiendo tal chuchería?” “a saber qué comes cuando vas fuera”…  siempre en el sentido de que me hincho a pizzas, claro.

De hecho si tengo que comer algún dulce lo como fuera de casa, en mi casa, bajo la mirada de mis padres y oyéndoles pensar “gorda, gorda, gorda” jamás podría.